jueves, 20 de agosto de 2009

La historia de Roberto

11 de Diciembre de 1984

Roberto era un niño infeliz. A sus ocho años había visto como gradualmente se convertía en un cero a la izquierda dentro del seno familiar. Y es que tras el nacimiento de su hermano César y posteriormente de la pequeña Celia, ojito derecho de su padre, nunca volvió a ser alguien importante dentro de la familia. Si a eso añadimos que en el colegio era prácticamente el hazmerreír de sus compañeros y que la falta de amigos tampoco ayuda mucho, se podría entender que por su joven e inexperta cabeza pasara la mala idea de fugarse.
Pero una fuga en condiciones requería un planteamiento serio. Así que durante varias semanas, Roberto se sentó delante de uno de sus cuadernos de clase y apuntó todo lo necesario para perpetuarla. Necesitaría víveres, el saco de dormir que le compraron sus padres la primera vez que se fue de acampada con el colegio y ropa de abrigo si para la llegada del invierno no había encontrado una nueva familia que le acogiera. De todas formas como el sabía que no era mal chico, esto no debería llevarle más de un par de semanas, lo que se tarda en llegar a una nueva ciudad y preguntar casa por casa quien se haría cargo de él.
Una vez rota la hucha, preparada la mochila y recogido el avituallamiento, Roberto cogió el primer autobús con matrícula capicúa y comenzó su aventura. Ya en la gran ciudad, el joven infante comprobó que quizá no iba a ser tan fácil encontrar una nueva familia como el pensaba. Las enormes avenidas surcadas de grandes edificios de ladrillo asustaban demasiado e ir puerta por puerta podía llevarle muchos días sino son meses, así que con el poco dinero que le quedaba volvió de nuevo a la estación de autobuses esperó a que apareciera el primer hombre o mujer de aspecto campechano y compró un billete a su mismo destino. Nada como un pueblecito donde todo el mundo se conoce y respeta o eso le decía siempre su abuela. Allí encontraría su lugar en el mundo, era un presentimiento.
Nada más apearse del autobús, Roberto vio desilusionado que el pueblo no era tan pequeño como aquel hombre con su boina y sus pantalones con tirantes daban a entender, y el dinero de sus ahorros no daba para mucho más. El sol hacía poco que se había escondido en el horizonte, así que se acercó a un parquecillo cercano estiró su saco de dormir, colocó la mochila encima para darse una pizca de calor y soñó que se encontraba en una familia nueva delante de un hermoso fuego de chimenea mientras la nieve caía al otro lado de la ventana y él abría una montaña de regalos de navidad, tan cercana a estas fechas.
Pasaron los días y todo seguía como siempre, lo único que había cambiado era la moral del joven Roberto que no daba para mucho más. No tenía dinero, no tenía comida y las noches frías de finales de otoño le daban bastante miedo, así que decidió imaginarse que a esas alturas en su casa ya le habrían echado de menos, sus padres estarían llorando a lágrima viva, su hermano Cesar preguntaría a todas horas tristón dónde se encontraba su hermanito mayor y la pequeña Celia, bueno la pequeña Celia no preguntaría nada a fin de cuentas era una niña de año y medio que apenas se da cuenta de lo que pasa a su alrededor.
Y en esas se encontraba Roberto, metido en su saco de dormir imaginando la situación familiar que debía estar pasando en su antigua morada cuando el sonido de unos arbustos le devolvieron a la realidad.

- ¿Qué haces ahí tumbado?

Roberto se incorporó un poco y buscó en la oscuridad el lugar de donde provenía la voz. La luna se encontraba en lo mas alto del negro firmamento, y aunque prácticamente todo el parque se podía ver sin necesidad de luz artificial, la espesura de alrededor estaba negra como el carbón.
- ¿Te ocurre algo?
- ¿Quién anda ahí?- Respondió Roberto.
De entre el frondoso follaje emergió una pequeña figura femenina enfundada en un camisón blanco impoluto. Sus pequeños pies descalzos flotaban entre las hojas marrones que poblaban el suelo. Nada más verla, Roberto sintió frío, ¿cómo podía salir de casa así con la gélida noche que había?
- Hola, no te asustes.
- No estoy asustado, solo es que no esperaba encontrar a nadie a estas horas de la noche.
- ¿Te apetece que juguemos un rato?
- ¿A estas horas, no deberías estar en casa durmiendo?
- Ahora es cuando mejor se puede jugar en el parque, no hay niños. Tenemos todos los columpios para nosotros solos.
- Me llamo Roberto.
- Yo soy Lily, encantada de conocerte.

Y pasaron los días. Todas las noches, puntual como un reloj suizo la pequeña
figura blanquecina de Lily asomaba por entre los arbustos como por arte de magia y las penas de Roberto se esfumaban en el acto. Siempre encontraban algo con lo que divertirse, una noche jugaron al escondite, otra recogieron castañas del suelo y tras apilarlas a un lado intentaron ver quien tenía mejor puntería lanzándolas sobre el objeto previamente asignado a tal efecto. Pero las noches en las que Roberto más se divertía eran aquellas en las que se sentaban en uno de los bancos que se alineaban a un lado del parque y hablaban de sus sueños largo y tendido como si el tiempo no existiera para ellos. Y era en ese instante cuando Roberto quería poder cogerla de la mano aunque sabía que nunca lo conseguiría.
Pero todo el mundo sabe que la alegría no dura eternamente. Una noche en la que Roberto abrazaba a su amiga y se disponía a disfrutar de su sesión nocturna de juegos una voz adulta rompió la calma nocturna. Lily se sobresaltó justo en el preciso instante en que una mujer apareció entre los matorrales envuelta en una bata de color rosa.
- Lily, ¿qué haces aquí a estas horas?
- Nada mama, solo estoy jugando.
- ¿Jugando sola en plena noche, es que has perdido la cabeza?
- Pero no estoy sola mama.
- ¿y se puede saber con quien andas? Como se entere tu padre se va a enfadar mucho.
- Mama, ¿te acuerdas esa historia que me contaste sobre aquel niño que encontraron muerto en el parque hace muchos años?
- ¿El chico que dormía en un saco de dormir? Aquello sucedió hace más de veinte años.
- Pues no te lo vas a creer, era muy simpático ¿sabes?

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