11 de Diciembre de 1234
En las costas del Mar del Norte se alza el pueblecito de Faltoft. La vida de allí seguramente no difiere mucho de la de cualquier pueblo pesquero del resto del mundo. Antes del amanecer los hombres ataviados con sus enseres de pesca bajan hasta la cala donde amarran sus botes y se lanzan a la inmensidad del mar embravecido para poder traer el sustento a sus familias.
Entrada ya la tarde, con la captura del día en sus redes, marchan de nuevo al pueblo para, tras pasar un rato en familia, reunirse en la taberna en compañía de sus vecinos y compañeros reviviendo una y otra vez esas pequeñas anécdotas del día a día por las que merece la pena seguir adelante. Posteriormente, con ese calor en el cuerpo que solo proporciona el alcohol, los pescadores regresan de nuevo a casa para dormir placidamente a la espera de un nuevo amanecer en el que se repita todo el ritual, día tras día, semana tras semana, año tras año, vida tras vida.
Como iba diciendo, la vida en Faltoft no sería diferente a la de cualquier pueblo pesquero si no fuera por que allí vivía “Sven el Ermitaño”.
Sven era pescador como los demás, tenía su bote amarrado en la cala como los demás, salía a pescar al amanecer como los demás, sólo que al regresar por la tarde, se despedía de sus compañeros con un leve gruñido y se encerraba en casa hasta el día siguiente, de ahí que en el pueblo se le conociera como el ermitaño.
Con esto queda claro que Sven no era un ser sociable. Sin embargo la gente estaba acostumbrada a verle pasar todas las tardes con la pesca diaria, así que no es de extrañar que los habitantes del pequeño pueblo de Faltoft se sorprendieran cuando una buena mañana, Sven no apareció. Pero no solo eso, pasaron varios días y el ermitaño siguió sin dar señales de vida. Nadie apreciaba al buen eremita, aun así, tras unas semanas sin oír sus gruñidos, los vecinos de Faltoft encabezados por su viejo alcalde, decidieron acercarse a su morada y desentrañar de una vez por todas tanto misterio.
Una vez se encontraron delante de la sencilla puerta de madera, el viejo alcalde golpeó suavemente con los nudillos embargado por un pequeño temor que crecía en su interior, un silencio sepulcral se adueñó de todos los presentes. El anciano asustado golpeó con más fuerza y nervioso al no recibir respuesta alguna mandó que uno de los vecinos más fuertes derribara la puerta.
En el instante en que las bisagras saltaron y la puerta cayera, una nube de polvo y un hedor insoportable emergieron de la oscura morada. Los habitantes de Faltoft temiéndose lo peor, entraron atropelladamente atemorizados. Una vez sus ojos se acostumbraron a la escasa luminosidad, el espectáculo que contemplaron les marcó para toda la vida. Un enjambre de moscas pululaba por los restos ya mohosos de lo que en su día fue una paupérrima cena. De los pocos muebles de los que disponía la casa apenas sí quedaba alguno en condiciones de ser usado. La paja del jergón se encontraba diseminada por todos los rincones, pero lo que más impactó a los vecinos del pequeño pueblo pesquero de Faltoft fueron unos débiles quejidos que surgían de lo más profundo de la casa. Nadie se atrevió a mirar de qué se trataba, pasados unos minutos angustiosos, el herrero, empuñó una de las antorchas que portaban algunos de la comitiva y se encaminó hacia la pequeña habitación que por su ubicación, hacía las veces de despensa. Una vez en el interior, alzó la antorcha por encima de su cabeza y se dispuso de forma defensiva a hacer frente a aquello que se encontrara dentro.
La luminosidad que despedía la antorcha resbalaba y bailaba por las paredes arrebatándole a la oscuridad lo que hasta hace poco era suyo por derecho. En uno de los rincones, una figura humana se giró y chilló asustada.
Pasados los primeros momentos de confusión, los habitantes de Faltoft pudieron reconocer al misterioso inquilino que, acurrucado en un rincón, gemía de forma ininterrumpida, y no era otro que el gruñón de Sven. Pero algo había cambiado, estaba más flaco no cabía duda, su lustroso pelo negro estaba enmarañado y encanecido, sus ojos inyectados en sangre suplicaban clemencia.
Varias semanas mas tarde, Sven entró en la taberna y miró a los parroquianos allí congregados. Sabía que les debía la vida y sobre todo una explicación. Pidió vino y se dispuso a narrar toda su pesadilla.
“Una oscura noche, poco después de preparar la cena, un sopor se adueñó de mi voluntad y me fui a la cama. Extrañas pesadillas tomaron el control de mis hasta entonces plácidos sueños. En ellas, una mujer de largos y oscuros cabellos, pálida como la luz de la luna, se acostaba a mi lado y entre susurros y besos me confesó que solo sería mía siempre y cuando hiciera todo lo que ella dispusiera para mí.
Día tras día, lo que antes fue mi morada se convirtió en una cárcel donde mi bella amante y yo hacíamos el amor como dos jóvenes adolescentes.
Tan poderoso era su hechizo que era incapaz de comer y beber, sus caricias eran mi alimento y su pasión calmaba mi sed. Llegó un momento en el que las otrora palabras cariñosas dieron paso a una petición que a lo largo de los días se hizo más y más intensa. Debía coger el bote amarrado en la playa, dirigirme a la cala de los desaparecidos y buscar un collar perdido desde hace tiempo y cuyo valor sentimental era incalculable.
Intento salir de casa pero la puerta no se abre, mi dulce amada me abraza y susurra delicias en el oído, no quiere que salga a plena luz del día, sería peligroso. Es mejor que lo busque por la noche, así nadie se enteraría de la existencia del collar y no podrían robarlo.
Otra noche más y bajo hasta la barca con mi farol y mi pala dispuesto a continuar con la búsqueda. Mi amada se queda en la entrada de tan funesta cala, le da miedo entrar. En la más absoluta oscuridad, sólo la débil luz de mi farol ilumina tan pesado trabajo. Continúo cavando y achicando agua para drenar bien la zona señalada, no siento el transcurrir del tiempo, tan solo el aliento de mi amor cerca de mí animándome a que continúe.
Creo que es la décima noche y las fuerzas no me responden, me tiemblan los brazos a cada palada y gruesos lagrimones me resbalan por las mejillas. Una parte de mi quiere dejarlo, pero es en momentos como este cuando mi amada me incita a seguir.
- Esta cerca, lo presiento.
Una pequeña roca se desprende y la luz del farol se refleja en algo entre la arena. Excitado rebusco entre la tierra húmeda y con un fuerte tirón arrebato la joya de extraña belleza de su prisión terrenal. Mi amada ríe satisfecha y me pide que se la traiga rápidamente.
Sombras oscuras se lamentan del hallazgo, me dicen que cometo un grave error entregando tan preciado botín, ellos son sus custodios. Pero no quiero oírles, intento no mirar atrás. Los lamentos crecen a cada paso que me aleja de tan aciago lugar, aunque yo solo oigo la voz de mi amor, rogándome que vuelva a casa, que vuelva con ella.
Llego a casa jadeando, mi amada me tumba bruscamente en el jergón de paja y me posee. Hacemos el amor de una manera casi brutal.
Estoy mareado, la casa me da vueltas y el cuerpo no me responde. Mi amada grita, ríe histérica y me mira a los ojos. Su boca ya no es humana, una lengua como la de una víbora sisea entre dos hileras de colmillos por los que resbala un hilillo de sangre fresca. Intento incorporarme pero no puedo, miro de nuevo los ojos de aquel ser, pero ya no están, en su lugar dos pequeñas llamas de color verde me hipnotizan a la vez que me aterran.
Mi amada se desliza hasta mi oído y me susurra que le he servido bien, pero que ahora es tiempo de morir. Mis sollozos sólo la divierten. Acto seguido los lamentos de la cueva se escuchan en la lejanía acercándose, un contratiempo con el que ella no contaba. Enfadada me sonríe despechada y lo último que acierto a oír de sus labios es la suerte que tengo de seguir con vida.
En un abrir y cerrar de ojos su cuerpo se desmaterializa y, como una leve cortina de humo, desaparece por una rendija situada en el cabecero de la cama.”
Sven se calla y mira a sus vecinos, nadie dice nada. El torturado ermitaño recoge su jarra y bebe, carraspea y toma de nuevo la palabra. Sus ojos lloran en silencio mirando al infinito:
“Todas las noches oigo esos lamentos maldiciéndome por lo que he hecho. ¿Esa es la suerte de seguir vivo? Desde entonces no duermo y apenas me alimento, si esa es la suerte de seguir vivo ¡Ojala estuviera muerto!”
Fin de la primera parte
jueves, 13 de agosto de 2009
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