La mujer yace en el suelo con la cara magullada y ensangrentada. El hombre le acerca un dedo bajo la nariz. Todavía respira. Nunca debió plantarle cara. Él sólo quería algo de cena, ¿tan difícil era de entender?, sales con los amigos, bebes, un par de rayas y cuando llegas a casa tienes hambre. ¿Qué importa si son las cuatro o las cinco de la madrugada? ¿Sabes qué hora es?, mañana tengo que trabajar. Siempre la misma excusa, rebozándole bien el hecho de que ella tuviera trabajo y él llevara tiempo en el paro. Así aprendería, seguro que la próxima vez se lo piensa dos veces antes de echarle algo en cara.
El hombre se levanta y se mira las manos. La sangre de su mujer se seca entre los dedos. Abre el grifo y deja que el agua fría calme el dolor y baje la hinchazón de los nudillos a la vez que los limpia.
Empuja la puerta de la cocina y se encuentra con el rostro desencajado por el miedo de su único hijo de cinco años. Está temblando, mira a su madre pero a la vez guarda las distancias. No merece la pena, no se irá de la lengua y, como dijo su padre alguna vez, estas lecciones de la vida le harán más fuertes.
Se dirige a la puerta de casa, coge el abrigo y sale a la fría noche. Tiene que pensar, por la mañana tendrá que inventarse una buena excusa que contar al jefe de su mujer por la que ella faltará unos días al trabajo, será un engreído que mira a todo el mundo por encima del hombro, pero necesitan ese sueldo en casa.
A doscientos metros se encuentra un parque grande donde los jóvenes entrar a intimar los fines de semana. El hombre se enciende un cigarrillo y entra, quizá joderle el polvo a alguno de esos niñatos lo anime un poco. Hace horas que las farolas están apagadas pero la luz de la luna y la arena blanca del camino ayudan a no perder el rastro.
El hombre mira a su alrededor, fuma una calada y exhala el humo lentamente. No parece que haya nadie por la zona. Tira la colilla y se encamina a la salida decepcionado. Avanza unos pasos y en uno de los recodos, a la izquierda, se ve una farola titilando, y debajo de ella se distingue la figura de una mujer rubia enfundada en un elegante vestido rojo de noche. El hombre sonríe cuando la ve. Nunca hay que perder la esperanza, incluso una mala noche siempre puede cambiar.
Carmen se recuesta seductoramente en la farola y observa a su presa por el rabillo del ojo. Lleva un rato acechándole por el parque y sabe que será suyo. Intenta tranquilizarse para mantener la apariencia de mujer diez que vio en un catalogo de una gran firma hace tiempo. El hombre se detiene y camina a su alrededor de forma chulesca
.
- Hola guapa, ¿buscas compañía?
- Depende de quién sea la compañía.
- No hay que ser muy inteligente, sólo estamos tú y yo.
- Y qué te hace pensar que eres lo suficientemente hombre para mí.
El hombre se detiene, su semblante se muestra serio, Carmen sabe bien cómo se las gastan ese tipo de hombres, ha vivido con uno durante muchos años. El hombre da un paso adelante y la sujeta del brazo izquierdo. Carmen sabe que está jugando con fuego y eso la divierte. El hombre acerca su cara y sonríe de forma sarcástica, pasa su boca por la suya e intenta jugar con su lengua de forma babosa y repugnante. Carmen tira firmemente para liberar su brazo y le mira de forma asqueada. Sabe que no debería hacerlo pero su odio puede más que su cerebro y le susurra:
- Eres un bastardo prepotente.
Todo sucede muy rápido, algo borroso le cruza la cara y de repente el pómulo izquierdo le arde, Carmen trastabilla hacia atrás, lo ha conseguido. Otro puñetazo golpea su nariz y una patada en el estómago la tira al suelo. El olor a sudor y a adrenalina le devuelve a sus tiempos de ser vivo. Con cada golpe recuerda al cobarde de su difunto esposo golpeándola cada noche sin motivo. Una excitación recorre su espalda. Mira al hombre mientras este continua pegándola sin descanso. Sus ojos inyectados en sangre rezumando odio, sus dientes apretados, la saliva depositada en la comisura de los labios como si de un toro furioso se tratase. Los mismos gestos que su marido, la misma cara. La excitación aumenta vertiginosamente. Una patada en el rostro, un tirón de pelos, un puñetazo de nuevo. Carmen sabe que el hombre la está insultando a voces pero ella no oye nada, sólo espera la llegada del clímax para poder reaccionar. Y entonces aparece. Carmen siente el orgasmo recorriendo todo su cuerpo, de un salto aprisiona con sus manos el cuello del bastardo. Le mira fijamente a sus ojos, es una de las partes que más le gustan, la mirada de él cambia de odio a temor y finalmente a pavor. Aprieta con todas sus fuerzas. Una energía fantasmal brota de su cuerpo y se transforma. Ahora muestra su verdadera apariencia. Su ente se llena de luz espectral y esta sale disparada entre sus dedos. El hombre intenta gritar pero su cuello ahora es un pequeño bloque de hielo. Patalea mientras el hielo avanza por el resto de su cuerpo. Cabeza, brazos, tronco, todo adquiere un tono blanquecino y cuando el frío glaciar le cubre por completo, el cuerpo estalla.
Carmen se recompone y se vuelve etérea. Su víctima yace desperdigada en unos metros a la redonda. Lo siente mucho por el pobre forense que tenga que venir a levantar el cuerpo pero, una cosa sí está clara, ese mal nacido no volverá a pegar a nadie y eso, eso no lo siente.
martes, 11 de agosto de 2009
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