viernes, 14 de agosto de 2009

Una Navidad de "muerte"

11 de Diciembre de 1975

Vivir en una mansión con más años de antigüedad que ventanas podría ser el sueño de cualquier aficionado a la historia, pero no para Inés.
Inés es la única hija de una rica familia a la que un buen día sólo se le ocurrió abandonar su enorme piso en el centro de la capital y trasladarse a una vieja mansión decimonónica en mitad de la nada y al ladito de ninguna parte, tan solo por capricho.
El vacío que dejaba la ausencia de padres, todo el día trabajando, sus progenitores lo intentaban llenar con tutores y especialistas en la educación de muy diversos campos. Su horario era de lo más variopinto, desde ciencias de la naturaleza, equitación, arreglo floral y un largo etcétera que, a sus trece años, sólo ocupaban su tiempo, no conseguían que día a día se acordara de todos los amigos que dejó atrás por el capricho de unos padres snoob.
No es que Inés estuviera sola, la enorme mansión contaba con una anciana ama de llaves de 78 años la cual por sus modales y su forma de vestir diríase que llevaba a cargo de la casa desde que sus puertas abrieran por primera vez hacia ya cuatro siglos. Un buen día, la vieja Doris limpiaba al polvo de uno de los salones cuando Inés entró aburrida y se desplomó sobre uno de los sillones situado en frente de la chimenea que presidía la estancia. Doris, dejó el plumero a un lado, se acercó lentamente a la niña, tomó su carita triste entres sus manos y la miró a los ojos dulcemente.
- Veo que después de tres meses aún no te has parado a oír lo que esta vieja mansión tiene que ofrecerte.
Inés se levantó malhumorada y salió de la estancia como alma que lleva el diablo pensando que la vieja ama de llaves había perdido el poco uso de razón que le quedaba, pero a cada paso que daba la intriga crecía más en su interior, así que extrañada, volvió de nuevo al salón y preguntó:
- ¿Qué has querido decir con eso, acaso esta casa habla?
- Pues simplemente, lo único que he querido decir es que si por un solo momento no pensaras en tus amigos y dejaras de quejarte de tus padres sobre lo mal que te encuentras aquí, habrías descubierto nuevas amistades con las que poder jugar y divertirte.
Doris notó que Inés seguía extrañada pero más receptiva que antes, con lo que continuó:
- ¿Todavía no has conocido al joven Nicolás?
- Que yo sepa aquí solo trabajas tú y aquel hombre que viene dos veces por semana a traer la compra y a arreglar el jardín, Rafael creo que se llama.
- En eso tienes razón chiquilla, pero he de decirte que esta casa en sus mas de cuatrocientos años de historia ha tenido más trabajadores y por ende más familias que la ocuparon, y he de decirte que Nicolás fue el hijo pequeño de los primeros dueños de la casa y, por lo visto, le gustó tanto que todavía sigue aquí correteando por estos viejos pasillos.
- No estarás insinuando….
- Lo único que te puedo decir es que últimamente lo he visto mucho por la habitación de juegos del piso de arriba del ala oeste de la casa, la que tiene el papel de color vainilla con cenefa blanca en medio.

Las dos siguiente noches, Inés las pasó despierta pensando en si creer la historia de la vieja ama de llaves o no. Todo el mundo sabía que las historias de fantasmas eran cuentos de niño pequeño y como decía su padre, ella hacía tiempo que había dejado de ser una niña pequeña, pero también era verdad que ciertas partes de la casa la ponían los pelos de punta cuando las cruzaba. ¿Y si todo fuera verdad, y si realmente la casa estaba encantada? Por subir no se perdía nada.
Así que Inés se calzó con unas bonitas zapatillas rosas de estar por casa, se cubrió con una buena bata de franela y subió sin hacer ruido al encuentro de lo desconocido. Una vez en el piso de arriba, se paró en frente de la puerta de la habitación de juegos y escuchó durante unos segundos. Nada, el ruido parecía haberse ido a dormir con el resto de la gente respetable de la casa. Inés giró el pomo de la puerta y de la oscuridad asomó tímidamente una débil luz mortecina. Justo en el momento en que Inés iba a asomarse al interior, la puerta crujió por los años y la luz desapareció dejando la estancia más tenebrosa incluso que antes de entrar.
Pasaron los días, pero el fenómeno no se volvió a repetir, seguramente fue pura casualidad pensaba Inés, más siempre le quedó la duda de si realmente esa luz fantasmagórica era real o producto de su imaginación, hasta que una noche no muy diferente a las anteriores, Inés continuó con su nueva rutina, subió a la habitación de juegos, comprobó que estaba vacía, bajó a la suya, se puso el pijama, se metió en la cama, apagó la luz y una voz insegura le susurró al oído:
- ¿Por qué me espías?
- ¿Quién anda ahí?
Como surgida de la nada, una forma humana blanquecina tomó cuerpo al lado de la cama. Inés se asustó violentamente con lo que el nuevo ser retrocedió alarmado. La joven niña recobró la compostura y se preguntó de qué huía, si era precisamente ese encuentro lo que llevaba tiempo esperando. Era fundamental mantener la calma y mostrar seguridad.
- Hola, ¿eres Nicolás?
El ente etéreo titubeó.
- ¿De qué me conoces, que yo sepa no nos han presentado nunca?
- La vieja Doris me habló de ti, dijo que sería bueno para mí hacer amigos aquí, siempre ando sola, mis padres trabajan fuera de casa y apenas les veo, me aburro mucho.
- Se por lo que estás pasando. Mi padre era uno de los consejeros del rey y prácticamente vivía en la corte. Mi madre pasaba los días organizando y asistiendo a fiestas para mantener el honor del apellido familiar, ni si quiera se enteraron de mi grave enfermedad hasta que ya fue demasiado tarde.
- Lo siento.
- No te disculpes, quien se acuerda ya de eso jeje.
La noche dio paso al día y ese día a otra tranquila y apacible noche, la nueva amistad creció y se hizo más fuerte cada noche que pasaba. Nicolás enseñó a Inés sitios de la casa que ni la vieja Doris conocía y en respuesta a ello, Inés le puso al día en costumbres y usos.
Una noche de verano, La joven pareja descansaba en lo alto del tejado observando las estrellas. Nicolás se levantó y sin andarse con rodeos preguntó:
- ¿Estás a gusto conmigo?
- Claro, ¿por qué no debería de estarlo?
- Bueno, ya sabes, no soy, como decírtelo, natural, no soy humano al cien por cien.
- Bah, eso es una tontería, para mi eres como un hermano. Tú y la vieja Doris os habéis convertido en mi nueva familia.
- Entonces creo que ha llegado la hora de ampliar la nueva familia ¿no crees?
Inés lo miró extrañada y Nicolás corrió hacia una de las ventanas del desván, la niña se incorporó y le siguió feliz.
Nicolás atravesaba cada puerta con una risa infantil y poco a poco se distanciaba de Inés al tener esta que abrir cada puerta de las cuales algunas llevaban años sin abrirse. Un par de minutos después, Inés escuchó un gemido que le puso los pelos de punta, dobló la esquina del pasillo y se encontró con Nicolás quieto en frente de una puerta gris desvencijada de la que, casualmente, salían esos tétricos lamentos. El niño se giró y con un dedo en el labio la indicó que guardara silencio. Acto seguido se desvaneció en el interior.
Los gemidos cesaron automáticamente. Comenzaron entonces un intercambio de susurros y estos dieron paso a su vez a unas leves risas. Instantes después Nicolás atravesó de nuevo la puerta.
- Perdón por la tardanza, pero antes debía asegurarme de que todo fuera hecho de forma correcta. Voy a presentarte al espíritu más importante, antiguo y constructor de esta casa.
La puerta se abrió lentamente, Inés se asomó al interior. La chimenea ardía con un falso fuego azul que no calentaba nada. Justo en frente, hundido en un gran sillón de orejas raído con los años descansaba un hombre con una gran barba blanca, que si no fuera por su porte y vestuario medieval, cualquiera podría haberle confundido con el venerable Santa Claus fuera del trabajo. El fantasma se levantó y se acercó solemnemente.
- Te presento a Don Enrique, Dueño de este Señorío.
El caballero se inclinó y besó la mano de Inés. El toque helado de sus labios le produjo un escalofrío que recorrió todo su cuerpo pero aún así mantuvo la compostura y se sintió halagada.
Desde ese día, Nicolás cumplió con lo que dijo y la nueva familia creció cada noche con un nuevo miembro igual o más interesante que el anterior. Era increíble cómo un viejo caserío podía ser tan oscuro y aburrido por el día y tan lleno de energía por la noche. Inés ya no estaba sola, siempre tenía con quien charlar. Cada semana la dedicaba a un nuevo miembro, aunque las historias que más le fascinaban eran las de la bella Irene, una mujer que había sido injustamente ajusticiada por defender y ayudar a los más necesitados, o la de los gemelos siameses, que vivieron quince años encerrados en una celda en los sótanos ya que la gente no podía entender que una aberración de dos cuerpos unidos por el hígado pudieran formar parte de una familia de alta alcurnia. También se divirtió mucho con la forma de ser de una sirvienta llamada Gladis, la cual murió de pena al fallecer el bebe del que se encargaba por una negligencia suya. Podías mantener una conversación tranquila con ella hasta que recordaba que tenía que buscar al bebé que había perdido, momento en el que salía corriendo como una exhalación gritando ¿dónde estará el niño?
Pero del que jamás se separaba era de Nicolás, se habían convertido en grandes amigos a un nivel de complicidad que nunca antes había experimentado con otra persona.
Pasaron los meses y llegó la Navidad. Inés y la vieja Doris decoraron la entrada y el salón principal con todo tipo de motivos acordes a tal fiesta. Inés estaba contenta pero a la vez nerviosa. Sabía que sus padres tomaban vacaciones en esas fechas y eso la alegraba, pero también eran las primeras navidades con sus nuevos amigos y quería que fueran especiales.
El veintidós de Diciembre amaneció con una niebla fina que a lo largo del día se fue levantando. Inés se acercó a sus padres para besarles antes de que se fueran al trabajo, posteriormente tenían la cena de empresa, tradición de aquellas fechas, pero a partir del día siguiente serían solo para ella hasta el día diez de enero. Los padres subieron al Mercedes, Inés les lanzó un beso y su padre bajó la ventanilla para devolvérselo. Esa fue la última vez que les vio con vida. A la vuelta de la cena, según el informe de la Guardia Civil, un desalmado con un alto volumen de alcohol en sangre tomó una peligrosa curva del camino por el carril contrario y se estrelló contra el coche de sus padres. Los tres murieron en le acto.
Inés estaba desolada. EL veintitrés de Diciembre al caer la tarde sus cuerpos recibieron sepultura en el viejo cementerio de la mansión ante la presencia de cientos de personas totalmente desconocidas para ella. La niña no dejaba de mirar la tumba mientras que por delante de ella circulaban los presentes ofreciendo sus respetos.
Nicolás, Don Enrique y la bella Irene contemplaron la triste escena desde una de las ventanas del piso superior. Por la noche Inés se quedó en la cama apática. Todo su mundo había cambiado en un solo día. Nicolás intentó acercarse a ella pero sólo recibió un grosero “vete”. En el comedor de servicio se habían reunido preocupados la vieja Doris, la sirvienta Gladis, Don Enrique y la bella Irene, incluso los gemelos siameses se acercaron sumidos en una honda preocupación. Nicolás abrió la boca en cuanto se reunió con ellos:
- Tenemos que hacer algo.
- ¿Y qué sugieres pequeño perillán?- Preguntó Don Enrique.
- No lo se, sólo se que mañana es Nochebuena y no debería haber ningún niño sólo en esta época del año.
Al escuchar la palabra niño, la sirvienta Gladis se esfumó gritando su frase preferida. Antes era divertido, ahora la pena embargaba a todos y no era momento para juegos. Don Enrique abandonó la estancia pensativo y la bella Irene le siguió disculpándose ante Nicolás por no poder hacer nada mejor.
La mañana del veinticuatro transcurrió fría. La vieja Doris entró en la habitación de Inés con la comida en una bandeja de plata. Nicolás observó entre las sombras compungido cómo la niña despreciaba el favor entre sollozos. El tiempo se acababa, tenía que hacer algo, ahora ellos eran su nueva familia, y la familia vela por cada integrante de ella.
El sol cayó en el horizonte y la luna se alzó majestuosa entre pequeñas nubes que de vez en cuando la ocultaban. La chimenea del salón principal estaba encendida y las llamas se reflejaban caprichosas en todos los adornos que colgaban repartidos por toda la estancia. La mesa enorme de caoba que antaño tenía capacidad para treinta y dos personas estaba preparada con servicio para dos. Los espíritus se fueron acercando y rodearon la mesa en el más absoluto silencio.
Nicolás subió a la habitación de la nueva dueña de la casa e hizo algo que llevaba casi dos centurias sin hacer, pidió permiso para entrar. Nadie contestó, con lo que asomó la cabeza al interior y volvió a pedir permiso para entrar. Inés se levantó de la cama.
- Entra, de todos modos ya tienes medio cuerpo dentro.
- ¿Qué tal te encuentras?, casi mejor no me contestes. Creo que deberías bajar al salón, todo el mundo te está esperando.
- No me siento con fuerzas.
- Lamentamos lo que te ha sucedido, pero creo que ahora más que nunca deberías estar rodeada por la gente que te quiere.
- ¿Rodeada de la gente que me quiere, pero vosotros os habéis mirado al espejo? Ah claro que no podéis porque ¡no sois personas!
- Dijiste que éramos tu nueva familia.
- Pues habéis dejado de serlo. Quiero a mis padres conmigo, no a vosotros.
- Esta bien, hazlo aunque sea por la vieja ama Doris, está muy preocupada y esperándote en el salón con la cena caliente, nosotros desapareceremos.
- Espera, siento lo que he dicho, os necesito ahora más que nunca, acompáñame abajo.
Todo el mundo se alegró cuando Inés entró en la sala. Don Enrique la sonrió plácidamente, la bella Irene la abrazó y la besó como sólo una madre sabe, los gemelos siameses cantaban villancicos con su horrible voz, la sirvienta Gladis aparecía y desaparecía como el intermitente de un coche, Don Francisco el cazador la saludó mientras su perra fantasma Perla saltaba moviendo la cola juguetonamente a su alrededor, y todos y cada uno de los inquilinos de aquella vetusta mansión se unieron a los cánticos de los gemelos hasta lograr una canción fantasmagóricamente agradable y hogareña.
A las doce de la noche, Inés se acercó al árbol en busca de regalos. En la base descansaban siete paquetes perfectamente envueltos en papel verde plateado con un gran lazo rojo. Nicolás se acercó por detrás y la susurró:
- Nosotros no sabíamos que regalarte, así que pensamos que sería mejor regalarte lo que tú mas quisieras.
- Lo que yo quiero no podéis dármelo.
- Prueba a ver.
- Desearía que mis padres estuvieran a mi lado.
Nicolás miró a Don Enrique, este se levantó y cogió suavemente a la bella Irene de las manos, se situaron en le centro de la estancia y entonaron un cántico lúgubre. Sus cuerpos comenzaron a brillar. El salón se inundó de una luz blanca que poco a poco se tornó en azul hasta que desapareció. Cuando los ojos de Inés se acostumbraron de nuevo a la tenue luz, divisaron dos nuevas figuras que se miraban asombradas. Eran sus padres. Inés lloró de alegría y corrió a su encuentro, sabía que no podría tocarles al ser fantasmas, pero lo que si era seguro es que jamás volverían a dejarla sola.
Pasada la euforia inicial, Nicolás señaló un pergamino que había aparecido debajo del árbol. Inés con lágrimas en los ojos lo recogió, con un cuchillo rompió el sello lacrado y leyó su interior.
“Por estas fechas el portal del otro mundo es posible abrirle para atraer a otro espíritu. Como pago, por cada ente que quiera entrar al plano físico, debe de haber otro dispuesto a abandonarle. De parte de Doña Irene y mía, un beso y un fuerte abrazo”.

FELIZ NAVIDAD

Dedicado a todos los visitantes de la página www.dinomix.tk que pasen unas felices Navidades y un prospero año nuevo

1 comentario:

  1. Gracias amigo, realmente sensacional.
    Un abrazo.
    (Muy pronto lo tengo puesto)

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